A cualquier entrenador que se precie le gusta ganar (se compite para ello), eso es y será a sí siempre por mucho que queramos disimular, pero está claro que no todo es ganar ni mucho menos a cualquier precio, si importante es ganar me parece aún más importante elegir el proceso que se sigue para ello. Hay quien asocia ganar con triunfar, pero yo permitidme que tenga dudas al respecto.
Es muy difícil conseguir títulos y campeonatos si no hay paciencia, todo necesita su tiempo, hay que confiar en un proyecto y que los jugadores vayan entendiendo la cosas, además de que el club tenga confianza tanto en el entrenador como en los jugadores. También que hay que tener un poquito de suerte y trabajar duro. Algo está claro, uno no puede juzgar al éxito solamente por si gana un título; no puede medirse si es bueno el trabajo de una plantilla y de su entrenador sólo por los títulos".
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que mi mayor triunfo a todos los niveles no han sido los títulos ni los ascensos conseguidos sino el legado que he podido dejar en muchos de los jugadores que han pasado por mis manos. Desgraciadamente me he dado cuenta de ello en mi última etapa como entrenador, cuando me paran por la calle y me lo comentan o con e-mails y comentarios que me han ido llegando al blog.
Mi mayor éxito profesional posiblemente fueran los ascensos con el Club Baloncesto Pozoblanco, con el que en cuatro años pasamos de Tercera División a Liga EBA (cuando no existía la LEB y la Liga EBA era la segunda categoría del baloncesto español tras la ACB), tengo que confesar que los logros me hicieron pensar que yo era un entrenador capaz de todo y mi autoestima creció de forma superlativa. Sin embargo años mas tarde me estrellé estrepitosamente cuando fiché con Peñarroya (hicimos una temporada desastrosa) y me metieron el pecho para dentro (me di cuenta que no era tan bueno como yo creía), gracias a Dios con el paso del tiempo volví a entrenar al mismo club y me saqué la espina que tenía clavada, estuve dos temporadas en las que todo fue bastante mejor.
¿Era tan bueno con los éxitos y tan malo con los fracasos?, posiblemente ni una cosa ni la otra. ¿Era mi trabajo peor o mejor por el hecho de ganar o no ganar? , creo particularmente que no, es mas con las derrotas mas me esforcé por buscar soluciones, mas horas dediqué al grupo, trabajamos muy duro en muchos aspectos, pero desgraciadamente no acompañaron los resultados y tuve que rescindir el contrato.
¿Cual era la diferencia fundamental entre el éxito de un grupo y el fracaso del otro?, indudablemente los jugadores no eran los mismos aunque el entrenador si y teniendo la misma ideología y forma de trabajar no tuvimos éxito, ¿cómo sacar conclusiones de una etapa y otra tan diferentes?
Realmente no es fácil contestar a esa pregunta, pero lo que si puedo decir con seguridad, que cuando las cosas vinieron bien rodadas fue porque conseguimos hacer un buen grupo, había entre todos una conexión especial, se palpaba en el ambiente, éramos una auténtica piña, nos apoyábamos unos en otros, todos nos comprometimos e implicamos al máximo, no se escatimaba el esfuerzo y el trabajo, nació un gran feeling, nos reuníamos antes y después de los partidos (la importancia de lo que en rugby llaman el tercer tiempo) y eso hizo que todos remáramos en la misma dirección, éramos una familia.
Todo ello fue posible porque desde el staff técnico conseguimos transmitir una idea colectiva y llegar al corazón y al espíritu de los jugadores y cuando esa conexión se estrecha al límite, la calidad de los jugadores reflota y no hay metas inalcanzables. Nuestra unión, esfuerzo y trabajo se plasmaban en la cancha en cada jornada y mantuvimos un núcleo fundamental de la plantilla cuatro años que no es poco ni fácil.
Creamos un legado, unas señas de identidad en el equipo y aunque ganamos muchos partidos y conseguimos logros deportivos importantes, creo que nuestro verdadero triunfo fue el legado que dejamos en el pueblo y en el club.