**José Carlos León periodista y exárbitro de baloncesto, me ha dado permiso para publicar este "magistral artículo" que ha escrito en su columna habitual "Tiempos Líquidos" del periódico digital Cordópolis y en la que describe el éxito del combinado español y ensalza las figuras de Ricky Rubio y Sergio Scariolo, sin lugar las dos figuras mas relevantes de la Selección Española de Baloncesto que ayer domingo se proclamó contra todo pronóstico Campeona del Mundo en Pekin. Felicito a Jose Carlos por su maestría manejando la pluma, es una delicia leerlo, y le agradezco su aportación al blog Viveelbasket**
Las dos estrellas de los abejorros
De tanto en tanto, por las redes aparece la historia del
abejorro que vuela porque no sabe que su cuerpo no está preparado
aerodinámicamente para ello. Dicen que hasta está escrito en las paredes de la
NASA, y aunque
científicamente sea un bulo, el ejemplo no está mal para explicar lo
importante que es vivir sin lastres propios ni creencias limitantes, que no dejan
de ser esas pajas mentales que nos contamos para explicar (y predecir) nuestra
falta de resultados. Nos joden la vida porque nos impiden alcanzar los sueños
que tanto anhelamos, pero nos reconfortan y establecen un techo de cristal que
nos evita el mal rato de tener que justificar nuestro fracaso o nuestra
incapacidad para lograr algo más. Simplemente, las cosas son así. Ya está.
Pero al
abejorro nadie le ha dicho que no podía volar. No lo sabe, no ha crecido
escuchando el manido “pero déjalo, que no puedes”, nadie ha ejercido nunca un
poder coercitivo, jamás escuchó un sentencioso “eso es imposible” y no ha
terminado incorporando en su identidad esa incapacidad para hacer algo que está
dentro de su esencia. Sencillamente, no volar no entra en sus planes, por eso
nunca se lo ha creído y no ha dejado que una opinión externa condicione su
existencia. La selección española de baloncesto es como los abejorros. Nunca se
ha creído que no podía ganar, y por eso ayer se colgó la segunda estrella de su
escudo escribiendo probablemente la historia más bella jamás contada en la
historia de nuestro baloncesto.
Lo
tenía todo en contra. Todo. Las ausencias (Pau Gasol, Abrines, Ibaka, Mirotic,
Sergio Rodríguez…), el inicio titubeante, las opiniones, las feroces críticas tras
la primera fase, los vaticinios de los agoreros… Pero ellos siguieron a lo
suyo, creciendo, mejorando, minimizando los puntos débiles y potenciando los
fuertes. Tras el Mundial de Japón en 2006, la Federación Española (FEB) lanzó
una campaña sobre los valores que ese título podía transmitir a la sociedad,
algo que podría recuperar este año enarbolando banderas como el sacrificio, el
trabajo en equipo, la capacidad de superación, la autoestima más allá de la
opinión externa, la asunción de roles, el objetivo común por encima de los
egos, el desarrollo de un lenguaje coherente con la misión, la gestión de las
emociones…
“Nosotros
creemos”, decía partido tras partido Ricky Rubio, pero casi nadie le hacía
caso. Ricky se ha hecho mayor delante de nuestras narices, y quizás hasta ayer
no nos hemos dado cuenta. Hace unos días leía en El Mundo que
el base de El Masnou ha sido durante toda su carrera víctima de las
expectativas que se generaron sobre él en comparación con lo que es. Es curioso
que el día que España ganó el oro de Japón, Ricky hizo el milagro de llevar a
la selección al oro en el Europeo cadete de Linares, y 13 años después es
campeón y MVP del Mundial cuando apenas tiene 27. Puede que el problema es que
nos hemos cansado de verlo, que con 14 años ya competía entre los mayores con
el sambenito de niño prodigio colgado del cuello. Pero el niño se ha hecho
hombre, con su pelo a lo lobezno, su coleta y sus tatuajes, pero también
habiendo superado la muerte por cáncer de su madre, durísimas lesiones y críticas
destructivas. Todo eso le ha ayudado a madurar hasta convertirse en el líder de
un equipo de leyenda, en la cabeza visible de una gesta que se recordará con el
tiempo y nos encargaremos de transmitir de padres a hijos.
Pues
sí, ellos creyeron. Rudy, Llull, los Hernangómez, Marc… Todos creyeron, y por
encima de ellos, Scariolo. “Cuando ganamos soy Sergio, cuando perdemos soy el
italiano”, decía hace tiempo un entrenador legendario que aparte de lecciones
tácticas partido tras partido ha sido un ejemplo en la gestión del grupo y en
la generación de un entorno emocional idóneo para alcanzar el éxito. Ni una
palabra más alta que otra, ni una queja, ni un reproche que sirviera de
coartada a la derrota… Eso es el liderazgo, la capacidad para alinear el talento
en busca del máximo resultado. Tricampeón de Europa, plata olímpica y campeón
del mundo, Scariolo ya es uno dei noi,
una pieza indispensable en la historia de nuestro baloncesto y, sobre todo, un
digno heredero de los valores generados por Pepu Hernández, el padre del
BA-LON-CES-TO.
Como el
abejorro, España tenía todo en contra en el Mundial, y aunque el equipo no
estaba hecho para ganar, nunca se lo creyeron. Qué lección más bella, qué forma
más bonita de mandar al carajo el temido efecto Pigmalión. Quizás tendríamos
que tomar ejemplo y dejar de contarnos mierdas a diario, de infectarnos con
nuestras propias palabras y de contagiarnos con nuestros propios pensamientos.
No es cuestión de ser unos inconscientes, sino de empezar a confiar más en
nosotros mismos (individualmente, como ciudad, como país) y trabajar sin que
nadie nos diga lo que no podemos hacer, sobre todo, sin que nosotros mismos
salgamos derrotados antes de que el árbitro eche el balón al aire. Sólo así
España puede lucir dos estrellas sobre su escudo, porque nunca supo que no
podía.
“Esto solo es deporte. La vida es mucho más que deporte pero
esperemos que esta historia que hemos escrito en China les inspire a ser
capaces de superar los baches de la vida” Ricky Rubio
Autor del artículo: José Carlos León (Cordópolis)
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