*Leo por sorpresa y con enorme satisfacción el artículo que escribe sobre mi el periodista Francisco Merino en su blog "El cuarto de las botas" y con sinceridad uno se emociona al ver las sorpresas agradables que te da la vida y que no te esperas.
Si sorpresa ha sido el artículo de Paco Merino, mayor fue mi sorpresa cuando hace un par de días recibí la llamada telefónica de Bill Masterson (director de marketing de Bball Córdoba), en ella me comunicaba que se habían puesto de acuerdo los dos clubes mas representativos de Córdoba capital para hacerme un homenaje con motivo de la próxima jornada de baloncesto que se disputará en el Pabellón de las Margaritas el próximo sábado día 15 de diciembre.
No soy muy amigo de este tipo de cosas, pero cuando uno ve que tanto Bball como Adeba se han puesto de acuerdo según me dice Bill y me ruega que no deje de asistir a tal acto, no me queda sino agradecer tan grandísimo gesto y corresponderles con mi presencia.
Gracias, gracias y muchas gracias a todos, a Paco Merino que ha tenido un detalle que nunca olvidaré y a las juntas Directivas de Bball Córdoba y ADEBA. Solamente deciros a todos que yo no he hecho nada especial simplemente he tratado de llevar mi pasión por el baloncesto a todos los sitios que he podido y he tratado de ayudar y construir baloncesto de la mejor manera que he sabido, con la ayuda de todo el baloncesto cordobés, andaluz y español, que con su seguimiento al Blog Viveelbasket me dan fuerzas y ánimos para no desfallecer por el BALONCESTO. Muy agradecido**.
Bball, Adeba y Burgos, cumbre de basket en Las Margaritas
(Eduardo Burgos sostiene un balón de baloncesto (Foto de Ávaro Carmona).
Ha hecho de todo por el baloncesto y se lo quieren agradecer. No será la primera vez y, seguramente, tampoco la última. Pero nunca sobran las muestras de reconocimiento a quien ciertamente las merece. Eduardo Burgos Luque, uno de los pilares sobre los que se sustenta el baloncesto en Córdoba, recibirá el tributo a su labor (en la cancha, en los banquillos, en los medios... en cualquier sitio donde haya una pelota naranja de por medio) en una jornada inédita. Los equipos del Bball Córdoba y el Adeba, máximos representantes del básket en la capital, afrontarán sus partidos de liga (ante el Olivares y el Roquetas, respectivamente) en una tarde de alto voltaje deportivo y sentimental. Sobre la figura de Eduardo Burgos, profesor en ejercicio y autor de varios libros de éxito sobre baloncesto, tuve la ocasión de publicar un perfil en El Día de Córdoba. Valga como particular homenaje de gratitud y respeto hacia una de las personalidades fundamentales en el deporte de Córdoba.
La ley del ‘coach’ Burgos
Hay entrenadores para quienes la acumulación de victorias con sus equipos supone la razón que da sentido a su trabajo, el sello que homologa su cualificación para ejercer el cargo. Tanto ganas, tanto vales. Los números les reportan tranquilidad interior y generalmente les garantizan un puesto de trabajo, dos cuestiones nada desdeñables. Quizá parezcan objetivos excesivamente materialistas o superficiales, pero no se les puede culpar por ello. Son los tiempos que corren.
Existen otros técnicos, sin embargo, para quienes los triunfos adquieren unos matices peculiares que, por descontado, van más allá de las cifras que refleje el marcador final de un duelo deportivo. La clasificación no es un objetivo en sí misma, sino la consecuencia de un proceso anterior, el refrendo –nunca definitivo ni irrevocable– de un complejo proceso de alquimia en el que el que el talento, las condiciones físicas, la motivación, las expectativas, la perseverancia o la fortuna, entre otros ingredientes, se mezclan para dar como fruto algo tan sencillo de definir como complicado de construir: un equipo.
Hay entrenadores que pueden saltar de banquillo en banquillo, con su ideario bien agarrado bajo el brazo y su pizarra repleta de fórmulas, que acabarán retirándose al cabo de los años sin haber sido capaces de construir ni uno sólo. Esa mágica sensación sigue siendo privilegio de minorías, un asunto reservado para quienes no se dejan deslumbrar por el efímero brillo del trofeo en una vitrina. Porque a los títulos que se ganan en el corazón jamás les salen telarañas. Algunos les llaman, con cierto toque despectivo, idealistas. Quizá lo sean. ¿Y quién se atreve a decir que hablamos de un defecto?
A Eduardo Burgos siempre le fascinó esa tarea de componer puzzles de alta dificultad sin haber visto el modelo. Lo hace por vocación, imbuido por esa íntima llamada interior de la que han hablado iconos del baloncesto mundial. “Cuando tengas dudas, escoge siempre el camino más difícil”, decía Michael Jordan, que siendo un chaval fue rechazado en el equipo del colegio y acabó transformándose en el mejor jugador de baloncesto –el mejor deportista, dicen y lo creo– de todos los tiempos. Burgos es de este tipo de espíritus que se crecen ante la magnitud de los desafíos y encuentran respuestas ante las dificultades sobrevenidas, ésas que no vienen en los manuales, que no se pueden planificar y que remarcan de forma incuestionable la línea divisoria entre los alineadores de jugadores y los auténticos entrenadores. En cierto sentido, Eduardo Burgos encierra la esencia de esas legendarias presencias de los conjuntos del baloncesto universitario estadounidense, un mundo en el que, pese a todo tipo de acosos y amenazas, siguen rigiendo viejos códigos de honor que señalan a la figura del entrenador como eje de un proyecto. Bobby Knigth, Rick Pitino, Lou Carnesecca, Pete Carril... Señores de los banquillos, de fuerte personalidad, respetados y venerados. Creadores de un estilo y celosos guardianes de una ley. La ley del coach.
Y ya sea en la cancha de los Hoosiers de Indiana o en el patio del colegio de los Maristas, el asunto de fondo se reduce a una excitante coreografía de cinco contra cinco, con dos canastas , un balón y unas reglas. Nada más y nada menos. Sean niños o profesionales. Burgos, al que su experiencia confiere un liderazgo moral notorio en el baloncesto cordobés, ha bailado en todas las plazas. Su contribución a la expansión del baloncesto durante su fructífera etapa en las formaciones del Colegio Cervantes se refleja en cualquier punto de la geografía provincial en el que se levante un pabellón. Se podría afirmar de modo categórico que no existe una sola canasta que no haya sido perforada por un balón lanzado por un ex pupilo de Burgos. Bajo su guía y tutela se forjaron baloncestistas que han nutrido durante las últimas décadas las plantillas de los clubes cordobeses que han disputado campeonatos nacionales.
Como entrenador en las categorías formativas, Eduardo Burgos ha mostrado una pericia singular, aunando sus conocimientos como profesional de la docencia con sus destrezas a la hora de adiestrar grupos deportivos. Más allá de la aplicación de conceptos tácticos, los equipos de Burgos siempre mostraron un sello especial. Que la diversión y el sentido del deber no son aspectos forzosamente divergentes es algo que Burgos se ha encargado de demostrar durante años con programas de actuación adecuados al momento madurativo de sus equipos y a las circunstancias. Y siempre partiendo del conocimiento de sus jugadores, alejándose del estereotipo del entrenador divo que entiende que los miembros de su plantilla son meras piezas sin más destino que ser encajadas, limpiamente o a la fuerza, en unos postulados inflexibles.
En la prolífica carrera de Burgos hay hazañas deslumbrantes de ascensos salpicadas con historias de superación personal que raramente trascienden al gran público, pero que configuran una de las partes más gratificantes de un expediente deportivo. Tras romper barreras con los conjuntos de Maristas en los campeonatos locales y autonómicos, alcanzando sobresalientes participaciones en los torneos nacionales, Burgos experimentó el vértigo de una etapa inolvidable en el Pozoblanco. Cogió las riendas del equipo de Los Pedroches en la liga provincial y, exprimiendo las condiciones de una interesante generación de jugadores locales, dirigió un plantel que en menos de un lustro engarzó cuatro saltos de categoría. Pozoblanco llegó a mediados de los 90 a la Liga EBA, la segunda división nacional por entonces, con un grupo formado mayoritariamente por cordobeses y en el que brilló el estadounidense Lewis Getter. El Peñarroya, también de la EBA, fue uno de los últimos destinos del Profesor, un analista capaz de diseccionar al detalle cada movimiento en una cancha. El baloncesto es tan bello que puede encandilar sólo con mostrar su superficie. Quien llega a su alma se enamora para siempre. El maestro tiene el secreto.
AUTOR: PACO MERINO (Periodista)
QUE BONITO SERIA PODER DISFRUTAR DE ESTE BUEN ENTRENADOR, Y QUE PUDIERA DEJAR SU SELLO PERSONAL, ENTRENANDO A NUESTRO EQUIPO DEL CB MORON,AUNQUE FUESE UN PAR DE AÑOS...DESDE MORON UN SALUDO MUY SINCERO SR.BURGOS.
ResponderEliminarMuchas gracias, Morón tiene y ha tenido grandes entrenadores, su Directiva sabe muy bien lo que se lleva entre manos. Sigo al equipo desde que estaba en 1ª Nacional y es un lujo disfrutar del ambiente que se genera en la "pista turca" del Pabellón Alameda.
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